
Gerenciar en el siglo XXI: Dos principios universales
La gerencia contemporánea está
colmada de recetas, las mismas sugieren pasos precisos y consecutivos para que
las sociedades, las empresas y hasta el mismo individuo logre alcanzar el éxito
deseado.
Títulos tan prometedores como
“Los Once
Mandamientos de la gerencia del Siglo XXI”
de Mattew J. Kiernan y
“Las 7
cybertendencias del siglo XXI”
de Chuck Martín, entre otros de la misma calidad y
alcance, inspiran en quienes los leen una sensación de tranquilidad al observar
que aquellos que saben, los verdaderos expertos, han descifrado el futuro
administrativo, gerencial, tecnológico y social, según el caso, y lo han puesto
a la mano de cualquiera que se interese en ello. Y así es. Quienes se preocupan
por ofrecer una visión más amplia y humana también se esfuerzan por encontrar
fórmulas y recetas que faciliten el entendimiento de los nuevos paradigmas y,
obviamente, su adaptación a la cultura organizacional y al pensamiento gerencial
que impera en el presente.
Como suele suceder, es más sencillo alcanzar un objetivo si se sabe exactamente
cuales pasos se han de dar. Por ejemplo, cualquier persona puede hacer un
exquisito menú si posee todas las herramientas e ingredientes y se le indica a
detalle qué, cómo y cuándo debe hacer lo apropiado para cada plato. Así funciona
en la cocina, pero difícilmente será tan sencillo en las empresas o en cualquier
otro escenario donde las exigencias son más complejas.
Es lógico preguntarse por qué si se poseen estas fórmulas administrativas que
tanto bien han generado en otras empresas y latitudes, aún existen
organizaciones y sociedades donde resulta difícil desarrollar políticas con el
mismo éxito, aún cuando en apariencia se han seguido los mismos pasos o se han
aplicado las mismas fórmulas. Pues bien, la respuesta a veces resulta ser muchas
veces más simple de lo que se espera y tal vez sea esa extrema sencillez la que
la hace imperceptible en algunos casos: Las empresas y gerentes que han logrado
aplicar con éxito las fórmulas propuestas y existentes han reducido a dos
principios universales cualquier receta que se ha escrito o planteado.
Este fenómeno de la simplificación de los pasos no es nuevo e históricamente se
encuentra en casi todos los acontecimientos más importantes en la historia, la
religión, la política, la economía y la sociedad, por lo que las dos reglas que
a continuación se explicarán resultarán familiares y sumamente parecidas a otras
expresiones pronunciadas por personajes famosos cuya influencia en nuestras
actitudes es fácilmente vislumbrada.
Pero antes de entrar en materia es fundamental señalar que no siempre las cosas
simples, en apariencia, son simples en contenido, pues en la mayoría de los
casos tales expresiones exigen una madurez y capacidad de comprensión superior a
otros elementos donde se emplean mayores recursos para ser explicados y
difundidos, por lo que es importante hacer a un lado los paradigmas que se
posean en cuanto al tema que aquí se expone y se concentre el pensamiento en lo
esencial de sus postulados y explicaciones, pues es la única manera de observar
de manera holística lo que se desea expresar con la
finalidad de modificar el desempeño de las personas y a través de ellos el de la
organización donde laboran, mejorando así el concepto de la gerencia que se
poseía hasta el siglo pasado y ofreciendo dos pilares fundamentales para
gerenciar en este nuevo siglo.
Primer principio universal:
“Satisfaga
al cliente sobre todas las cosas”
Es una respuesta involuntaria, automática y mecánica pensar en el cliente en
tercera persona, pues el vocabulario que se ha enseñado hasta el presente acerca
del mismo se orienta a visualizarlo como un ente distinto a la persona que
demanda productos o servicios, que suele pagar por ellos y es la pieza más
importante, el motor, lo único que importa para la empresa y, en términos
económicos, quien la sostiene con su consumo. Pero el concepto que se posee del
cliente es limitado e incluso insuficiente.
El cliente ha sido clasificado en dos grandes grupos conocidos: Los clientes
externos, aquellos que no tienen relación directa con el personal que labora en
la empresa pero que se benefician de sus productos y servicios, estos están a su
vez divididos en edades, segmentos, preferencias.... y toda una serie de
importantes subdivisiones que facilitan su estudio y penetración desde el punto
de vista de la mercadotecnia y las ventas. Los clientes internos son aquellos
que laboran en las organización y que también demandan atención pero en otros
niveles más administrativos. Esta clasificación es cierta y útil en la mayoría
de los casos pero no es suficiente para cumplir con lo que expone el primer
principio universal para gerenciar en el siglo XXI.
El concepto al que arguye el primer principio es al que el autor ha denominado
“el cliente trigénimo” y se refiere a la existencia
de tres entes involucrados, interdependientes e inseparables asociados a esa
palabra.
Tal y como se ha expuesto en trabajos anteriores, el concepto del cliente
trigénimo está expuesto en la siguiente formula:
CLIENTE = RECURSO HUMANO =
PROVEEDOR
Lo anterior facilita la
comprensión del principio que exige “satisfacer al cliente sobre todas las
cosas” porque homologa tres conceptos aislados y los vincula de manera expresa.
La visualización del cliente como un ente externo ha llevado a las
organizaciones ha orientar sus esfuerzos para satisfacer la demanda de productos
y servicios de acuerdo a los estándares de calidad más exigentes, si corresponde
a su visión ser reconocidos por la excelencia que ofrecen, pero a la vez ha
dirigido la práctica a exigir que su personal se comprometa de tal forma con la
operación de la empresa que, en algunos casos, se incurre en excesos y omisiones
que atentan contra la vida social y expresión cultural que el individuo requiere
para mantenerse equilibrado y altamente productivo.
Existen empresas que exigen a su gente ofrecer un trato educado, fraternal y
comprensivo a sus clientes que no es experimentado por sus trabajadores, lo que
traduce el mensaje distorsionado que emiten a su personal en una presión
psicológica que los estresa e impulsa a acumular decepciones, frustraciones e
incluso algunos resentimientos hacia el estilo gerencial que se resiste a
impulsar con el ejemplo lo que exige que su gente demuestre. Sencillamente
observan al personal como empleados y no como clientes.
Ejemplos similares ocurren con los proveedores y el recurso humano que se posee
en las empresas, se les encasilla de tal manera en los conceptos tradicionales
que resulta prácticamente imposible comprender que cada individuo cumple de
manera constante los roles de cliente y proveedor y mantienen de manera única y
personal su condición humana que es utilizada para alcanzar los objetivos de la
empresa.
Al obviar esta condición trigénima del cliente
quienes gerencian al personal están visualizando
solo una parte de lo que realmente han de cuidar y desarrollar a lo largo de la
operación administrativa, es lo mismo que ocurre con el ejemplo del iceberg: la
masa más pesada y grade no está a la vista pero ello no significa que no existe
y que no pueda impactar a la empresa.
Lo interesante de este concepto es que no hay discriminación en el papel que
juega cada individuo en la sociedad, la empresa donde labora o el ambiente en el
que se desenvuelve, todos son clientes y sus requerimientos deben ser
satisfechos por encima de todas las cosas. Pero si todos son clientes ¿quiénes
tienen la responsabilidad de satisfacerlos? El concepto del cliente
trigénimo homologa también al concepto del proveedor
orientando su comprensión a que también se es responsable de satisfacer la
demanda que realiza el cliente aún cuando se trate de sí mismo.
En la medida que las organizaciones comprendan la profundidad de este principio
comenzará a gerenciarse de una manera más objetiva y
dinámica donde a través de la satisfacción de los empleados se logrará generar
un clima apropiado para la oferta de productos y servicios que
redundará en beneficio directo de quienes las dirigen
y/o se benefician de ella.
Ahora bien, ¿cómo es posible medir el impacto que este principio tiene en la
empresa? La respuesta se encuentra asociada a varios factores administrativos y
gerenciales. En primer lugar debe entenderse que un gerente que se sienta
insatisfecho, y así lo exprese, con las herramientas que posee dentro de la
organización, entendiéndose por ellas humanas, presupuestarias y tecnológicas no
puede transferir impulso a los procesos que en ella se generan, ello impacta al
clima organizacional y por ende a la empresa. Las organizaciones deben hacer
estudios objetivos de los elementos que ofrecen y/o de los cuales carecen y cómo
ello impacta la visión interna del negocio y la manera en que se siguen
posprocedimientos establecidos. Lo anterior no significa la inversión o el gasto
para lograr niveles de satisfacción haciendo uso del dinero, pues es sabido que
tales medidas son momentáneas y efímeras pues una vez aplicadas pierden su
impacto en el corto plazo, por lo que se debe orientar el estudio a una visión
medular que facilite la selección correcta del los individuos que la integran y
la nivelación de las expectativas del personal pre-existente
a través del uso de la coestima como herramienta.
Una vez realizado esos pasos, la organización debe orientarse a
gerenciar con base a las expectativas de sus
primeros clientes (ellos mismo) para así poder ofrecer lo que realmente se
posee.
Es normal que tales afirmaciones puedan sonar utópicas, principalmente si se
posee una visión tradicional de lo que es una empresa y su finalidad en el
mercado, no obstante es prudente realizar la siguiente reflexión: Si el mercadeo
se dedica a estudiar, clasificar y orientar sus esfuerzos a satisfacer las
necesidades de los consumidores e incluso a creer nuevas necesidades y tales
practicas se han realizado con éxito haciendo uso de una concepción limitada del
cliente ¿cuántas cosas se pueden alcanzar ahora?
Gerenciar en el siglo XXI exige poseer una visión
más amplia de aquello que creíamos conocer.
Segundo principio universal:
“Valore a
la gente como a usted mismo”
Para realizar cambios conductuales en las personas se requiere algo más que la
exigencia de ello o el modelamiento, se requiere
autoridad moral. Las personas no pueden demandar respeto y lealtad si no son
capaces de respetar y son infieles a sus principios, por lo tanto este principio
proporciona una de las competencias más complejas que han de poseer quienes se
consideren gerentes en el nuevo siglo.
Valorar a las personas no ha de ser considerado un cliché o una frase digna de
ser escrita, repetida y citada para parecer ante quienes se enfrentan a ella
verdaderos entes sensibles a su contenido y extensión. Se trata de una actitud
particular, propia y personal que se ha de desarrollar, madurar y poseer sin que
importe para ello el nivel de conocimiento o cargo que se posea en una empresa.
Todas las personas poseen el mismo valor, social, organizacional y
gerencialmente hablando, pues de no ser así se
estaría hablando de la existencia de una raza completamente extraña y ajena
genéticamente a la humana, cuyas condiciones habrían de ser tales que su valor
pueda ser cuantificado de manera totalmente distinta a la nuestra.
Este segundo principio demanda la comprensión única de la importancia que las
personas poseen dentro y fuera de la empresa y exige trasladar la frase “no hay
cliente pequeño” al argot organizacional en cuanto al concepto que se posee del
capital humano.
Una gerencia que se preocupe por dar valor a su gente es una gerencia de impacto
que entiende y practica la responsabilidad social que posee con el entorno y por
lo tanto genera en quienes la experimentan identificación con ella y compromiso
consigo mismos.
Quien valora a la gente como a sí mismo no puede ofrecer productos o servicios
que dañen, menoscaben o degraden de alguna forma a sus clientes, a su personal y
a sus proveedores, ni pondrá en condiciones de riesgo, excesos, peligrosas
exposiciones o cualquier otro extremo a quienes fungen de colaboradores en su
empresa; pero ello exige a su vez la posesión de una auto-imagen lo
suficientemente amplia, objetiva, madura y retadora, pues no se puede valorar a
terceros si se menosprecia a si mismo o se siente en alguna manera inferior a
quienes lo rodean. Es sencillo, no se puede ofrecer lo que no se posee, ni se
puede recibir lo que no se ha otorgado.
Reflexiones finales
Las empresas se preocupan por modificar el desempeño de las personas que laboran
en ella y de la organización misma con el firme propósito de crear mejoras que
impacten sus productos o servicios para convertirse en unidades más
competitivas, para ello existen formulas que van desde la producción con cero
defectos hasta la reingeniería del pensamiento gerencial cuyos pasos provienen
de prácticas exitosas que han sido magistralmente documentadas por expertos en
la materia, no obstante todo cuanto se haga de manera superficial, o que por lo
menos no afecte el esquema medular de la empresa, difícilmente generará los
resultados esperados aún cuando los ejemplos de éxito sobren.
Si a las recetas y fórmulas administrativas y gerenciales se le suman estos dos
principios universales para gerenciar en el siglo
XXI el cambio asociado al éxito y a la permanencia en el tiempo vendrá dado por
añadidura, pues al generar beneficios y bienestar de adentro para afuera es más
sencillo lograr modificar el desempeño de quienes componen a la organización,
pues estos se sentirán identificados y satisfechos con la visión y misión que
ésta les ofrece y todo cuanto hagan por mantener ese equilibrio redundará en pro
de la empresa, su funcionamiento y sus niveles de competitividad
Enviado por Pastor Cruz

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